Mercedes aferró sus manos a los brazos del sillón, como si buscara apoyo, como si quisiera anclarse al pasado que vivía en aquel sillón de tapicería desgastada, con la forma de su cuerpo aprendida y unas flores deslucidas por el roce de la vida.
Un sillón de tardes frías de invierno y siestas de verano, de nanas y pequeñas risas en su falda, de migas de galletas y envoltorios de caramelos, de cuentos e historias, de ovillos de lana y botones, de noches en vela y mañanas al alba.
Apretaba sus manos con fuerza hasta que los nudillos blanqueaban y sus labios se resecaban uno contra otro en una delgada línea de rabia. Se agarraba buscando la calma, una pausa, un bálsamo para sus manos, el placebo momentáneo de dejar de sentir el temblor.
Ese constante temblor que le impedía beber un vaso de agua sin acabar empapada, pasar la página de un libro sin rasgarla, ponerse los botones de su chaqueta o comer sin parecer un bebé rechazando papillas.
Se aferró más fuerte aún. Suspiró. Cerró los ojos. Sintió la llave en la puerta. Miró el reloj. Sonrió. Dejó de apretar las manos, soltando amarras, aligerando el peso, libre, sin importarle el temblor.
Se acomodó, preparando su regazo para recibir a aquel bebé tierno y cálido que sonreía adormeciéndose cada vez que lo dejaban en sus inquietos brazos. Y entonces sus miradas se encontraban y ella era inmensamente feliz porque sus brazos temblorosos relajaban a aquel diminuto ser y él, sosegado por fin, encontraba en ella lo que nadie más le daba; calma.
1 comentario
Jo, aún no me había pasado a ver el blog!! La plantilla me encanta, jejeje (igual que la mía). La verdad es que ya la he visto varias veces y no me extraña porque mola mucho y a mí me da una pereza cambiarla que no te imaginas ji ji. Me encanta saber que tus cuentos se van a quedar aquí, será más fácil acceder a ellos así 😍