A sus 23 años Carlos sabía que quería vivir tan intesamente como la vida se dejara, que nunca se ataría a nadie y que jamás tendría hijos.
A los 36 ya había comprendido que no era necesario dejarse la vida en el empeño de vivirla, que los esporádicos roces de algún cuerpo desconocido no le curaban la soledad y que sus dos sobrinos podían ser una compañía divertida siempre que no se quedaran a dormir.
Con 45 sólo deseaba dejarse llevar por el ritmo pausado de los pasos, sus horizontes estaban donde terminaba el cuerpo de Lucía y cada noche se dormía con una mano sobre el sueño que se escondía en el vientre de su compañera de lunas.
* Aquí os dejo otro cuento en el que seguro que os vais a ver reflejados: Agua
2 comentarios
Me ha encantado el final de este cuento. Nunca lo había escuchado y con tu permiso me voy a quedar para siempre con eso de compañera de lunas.
Me alegro que te haya gustado. Te cedo la descripción 😍